El día que el equipo de ventas se hizo rico, nadie se dio cuenta de que también se estaba desmoronando. Al principio fue motivo de orgullo.
Bonos históricos. Comisiones que no cabían en Excel. Vendedores que pasaron de discutir precios… a discutir qué camioneta comprar. “Nosotros creamos monstruos”, decía el director, medio en broma, medio serio.
Y todos reían. Porque cuando entra el dinero, el sentido del peligro se vuelve decorativo. Los mejores cerradores empezaron a cambiar.
Primero el reloj. Luego el discurso. Después la frase fatal:
“Estoy pensando en algo propio”. Seguían vendiendo, sí.
Pero ya no con hambre. Vendían como quien se despide sin avisar.
Published on 2 weeks, 2 days ago
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